Las mejores frases de San Agustín

Las mejores frases de San Agustín

San Agustín fue un sacerdote que vivió entre los siglos IV y V después de Cristo. Aunque inicialmente era pagano, se convirtió al cristianismo y, a lo largo de su vida, meditó mucho sobre el amor, la humildad, la fe y otros aspectos religiosos, relacionados con Dios. A partir de ello, dejó múltiples citas que se volvieron muy célebres con el paso del tiempo.

En este artículo, te enseño las mejores frases de San Agustín, aquellas frases que escribió en latín y han sido traducidas a todos los idiomas habidos y por haber. Algunas de ellas contienen un significado profundo, otras te inducirán a reflexionar sobre los misterios de la vida. Finalmente, te contaré algunos detalles sobre su biografía, muchos de los cuales se consideran leyendas en la actualidad...

Frases y pensamientos de San Agustín sobre el amor y la humildad

Reza como si todo dependiera de Dios. Trabaja como si todo dependiera de ti.
Hay que hacer más caso a quien enseña, no a quien da órdenes.
Si rezas, conversas con Dios, pero si lees, es él quien te habla a ti.
Si nunca has sido celoso, es porque nunca te has enamorado.
Acércate a las buenas personas y compadécete de las malas. Ama a todo el mundo.
Casarse es una buena elección en la vida, pero no hacerlo me gusta más.
Ama y sé tu mismo. Porque si discutes, discutirás con amor; si besas, besarás con amor; si abrazas, abrazarás con amor y, si apoyas, apoyarás con amor.
Si necesitas que te echen una mano, yo puedo prestarte las dos.Somos cotillas por naturaleza, siempre indagando en la vida de los demás; sin embargo, nos da pereza la introspección personal y no tendemos a conocernos a nosotros mismos para rectificar errores.
Vive el presente, porque el pasado pasó y el futuro aún no ha llegado.
Permítete una locura cada año.
Las personas no rezan para guiar un camino hacia Dios, sino para guiarse a sí mismas.
Cuando mejor seas, si realmente eres bueno, peor le sentará al malo.
La única forma de decir la verdad es amando.
Para sobrepasar los límites, primero debes conocerte, luego aceptarte tal y como eres y, finalmente, superarte.

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Solo sé algo cuando nadie pregunta. Pero cuando un hombre me pide una explicación, se me olvida todo.
Gracias a la oración podemos cruzar al hombre con Dios.
Si me engaño, existo.
Si no aceptas que la verdad te gana, será el error quien te derrote.
Las lágrimas son la sangre del alma.

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Solventar un error es un acierto, pero lo es más amparar al errado.
Para conocer a alguien de verdad, no hay que curiosear sobre sus pensamientos, sino sobre lo que ama.
Por lento que vayas, nunca te alejes del camino. Es mil veces mejor cojear por un trayecto seguro que correr a toda velocidad y alejarse de su meta, pues nunca alcanzará su destino.
Aunque durante un rezo puedes pedir cualquier cosa a Dios, cuando trabajes, imprime tu máximo esfuerzo, pues de tus frutos depende tu vida.
La fe no solamente se cree, se piensa. Si no existe pensamiento, no existe la fe.
Las falsas virtudes son la cara de la irreverencia y la hipocresía.
Antes de recibir lo que necesitas, da todo lo que posees.
Errar es de humanos; permanecer constantemente en la equivocación, es terrible.
Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti.
No seas ambicioso, confórmate con lo que basta, con nada más. Si te excedes, no estarás relajado, sino abochornado; no sentirás ligereza, sino pesadumbre.
No clames que ayer fue mejor que hoy; aprovecha el presente, es una virtud en detrimento de la nostalgia continua del pasado.
La sabiduría es el conocimiento del alma, saber medir y situarse entre el exceso y el defecto.
Descubre el punto medio entre el estrechamiento y la extralimitación, y serás feliz.
La justicia es inexistente cuando la misericordia se ausenta.
Aunque nos extingamos, la verdad seguirá ahí.
Si ayudas a los desfavorecidos, serás el espíritu de la caridad. Si les robas, serás la peor escoria inmunda.
La pobreza pretenciosa es la mejor de todas las riquezas.
No serás libre hasta que toda la humanidad se haya liberado.
No podemos obligar a un hombre a seguir el camino de Dios, y menos emplear la violencia; sería el preludio del ateísmo o de, al menos, una creencia involuntaria.
Caridad, libertad y cooperación para construir una humanidad mejor.
Cristo odia tanto el pecado como el pesar, puesto que nos incita a pecar.
Solo niegan la existencia de Dios esas personas interesadas en su desaparición.
La aflicción es característica de un alma desorientadas.
La desidia es sosegada, por eso las malas costumbres la adelantan.
Quien no ha tenido tribulaciones que soportar, es que no ha comenzado a ser cristiano de verdad.
La soberbia podría parecer majestuosidad, pero en realidad es una tumefacción. Parece enorme, pero carece de salud.
Si viajas a Roma, actúa como un romano.

Algunos datos sobre San Agustín que tal vez desconozcas

El nombre completo de Agustín de Hipona era Aurelius Augustinus Hipponensis en la lengua latina. Nació en el siglo IV y, a pesar de todo el tiempo que ha transcurrido desde entonces, sus frases se han enmarcado para no ser olvidadas. En sus citas trató una infinidad de temas sociales:

  • Amor
  • Amistad
  • Humildad
  • Fe
  • Religión
  • Cristianismo
  • Vida

Todos sus pensamientos y reflexiones siguen siendo tópicos en la realidad, por lo que su forma de ver el mundo estaba muy adelantada para su época. Por eso, era conocido como el “Doctor de la Gracia“. Sus libros se enfocaban en géneros como la teología, el cristianismo y la filosofía.

Entre las obras más destacadas de San Agustín, destacan Confesiones, La vida feliz, El libre albedrío o Soliloquios. Gracias a estos libros, se considera como uno de los grandes pensadores de la época, sobre todo en lo que respecta a su religión. Otro dato curioso gira en torno a su fe; al principio era pagano, pero decidió convertirse al cristianismo más adelante, cuando asistía a misas en calidad de catecúmeno. Más tarde tuvo una larga charla con una de sus amistades, Alipio, y decidió dar el paso final.

Por si fuera poco, una de las leyendas que giran en torno a San Agustín tiene que ver con un niño que se encontró sentado en la orilla del mar, jugando con un hoyo de arena. El sacerdote lo observaba y veía como corría hacia el mar, llenaba un cubo de agua y lo vertía sobre el hoyo, una y otra vez, incansablemente. San Agustín le preguntó que por qué hacía eso, a lo que el niño le contestó: “Quiero vaciar el mar y meter todo el agua en este hoyo”. El santo le dijo que eso era imposible, pero el niño le contradijo: “Es más complicado comprender el enigma de la Santísima Trinidad”.

El cuerpo de San Agustín de Hipona descansa hoy sobre la basílica de San Pietro in Ciel d’Oro.

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